La habitación polvorienta
Febrero de 2025
María entró en la alcoba desierta, de aire pesado y caliente, en la que leves motas de polvo flotaban en el aire. El aspecto de la habitación correspondía al de un interior pequeño burgués de mediados del siglo veinte de la ciudad de Las Palmas, con una cama para los invitados, un cuadro oscuro con un bodegón y con otros muebles variopintos que por razones diversas habían sido almacenados allí.
En la práctica, ahora que la casa le pertenecía y que toda su familia cercana había muerto, nadie ni nada le impedía arrasar la habitación. Si lo quisiera, podría ponerse unos guantes y unas gafas de protección y ponerse a destruir uno por uno cada uno de los elementos que componían la decoración, tomar un martillo para romperlos en añicos o simplemente estrellarlos contra el suelo o dejarlos caer de un codazo mal intencionado. Podía, si se lo proponía, arrancar el papel pintado feísimo y amarillento que empezaba a despegarse por los bordes, destripar los pequeños cojines del recargado sillón rococó con un cúter y, si las rodillas no le fallaban, saltar con los zapatos puestos sobre la pesada cama de madera con su colcha de ganchillo.
Pero en lugar de hacer nada de eso, María pasó junto al sofá y se dirigió al armario de la esquina del fondo donde su abuela guardaba todos sus recuerdos, protegidos por unos paneles transparentes y por una doble vuelta de llave. Tomó en su mano una figurita en cristal soplado en forma de ciervo, justo el tipo de objeto que su abuela nunca le hubiera dejado tocar. Los minúsculos ojos pintados del animal la miraron inertes, o a lo mejor un poco melancólicos. Su cuerpo de cristal, tan fino que su peso era apenas perceptible, relució durante un segundo mientras los últimos rayos del sol pasaban por la ventana.
María pareció volver a la realidad. Con mucho cuidado, volvió a dejar el ciervo en su mar de polvo y cerró con doble vuelta el viejo armario de cristal. Cerró la puerta de la alcoba y regresó al salón de su casa.
La habitación polvorienta quedó sumida en una penumbra incierta que se asemejaba a una noche sin sueños.